Se fué igual que vivió. Como quiso. A su manera. Luchadora incansable, trabajadora, tenaz, independiente… y muy testaruda se fue porque un solo cáncer no pudo con ella y tuvieron que ser dos, a la vez y al mismo tiempo.

Aún así, se fue tranquila. Lo dejó todo perfectamente ordenado y preparado. Nunca quiso ser una molestia para nadie. Y si bien le fallaron las fuerzas en lo físico, perfectamente lúcida hasta el último momento, pudo despedirse, conscientemente, de todos aquellos que la acompañamos, en uno u otro momento, a lo largo de su vida.

Fue una persona querida. Siempre con el recuerdo presente de sus padres, y el de sus hermanos, durante toda su vida, ya desde la infancia, contó con una guardia pretoriana de amigas y amigos que estuvieron ahí, a las duras y a las maduras. A ellos nos iríamos sumando otros a lo largo del camino. Mencionar también su angel-de-la-guarda (ella sabe quien es). Nuestro más sentido pésame a todos ellos y ellas en este día triste para todos nosotros.

La lectura y la escritura fueron dos de sus grandes pasiones. Bajar de casa a comprar La Vanguardia y poder leerla a lo largo del día era mucho más que una rutina. En una de nuestras últimas conversaciones me confesaba que era consciente de que su final ya estaba muy próximo: «ahora ya no puedo bajar a comprar La Vanguardia y, aunque me la traigan, ya no me quedan ganas de saber qué es lo que pasa en el mundo», me explicaba. Además, reconocía con lástima: «las manos ya no me acompañan para escibir mis blocs de notas». Y a partir de ahí…. se fue apagando. Cada día, un poquito más. Hasta que se fue.

Para quien no tuvo el placer de conocerla, nacida en Barcelona en 1943 como  María del Carmen Verdejo López, algunos la conocimos como Carmina o Carmiña, pseudónimos que utilizó en algunas de sus obras y en la firma de sus artículos periodísticos.

Siempre avanzada a su tiempo, desde muy joven escribió historietas infantiles y, más tarde, colaboraría con diferentes editoriales como traductora y con medios de prensa local barcelonesa como periodista, hasta llegar más tarde a la prensa especializada de moda.

En los años 50 trabajaba como guionista de tebeos e historietas en diferentes publicaciones. Siguieron los cuentos infantiles y, a medida que se fue creciendo y ganando experiencia, llegó a la novela. Niña Varela (1981, Plaza & Janés) siempre será su «niña bonita».

Tanto leer y tanto escribir no podía acabar de otra forma. En su casa, su despacho y biblioteca fueron tomando forma de «Santo Santorum», creando un gran y valioso legado que en 2024 donó al Archivo Municipal del Distrito del Eixample en Barcelona, donde se preserva y está a disposición del público.

Hoy, Carmiña, está ya con sus padre, con su mamá, con sus hermanos… en el cielo de los juguetes y las letras. ¡Feliz!