1. Propósitos que te importen y que creas que puedes conseguir: es mucho más sencillo cumplir nuestros propósitos si éstos nos llevan a un lugar que tiene sentido para nosotros. Por más que te empeñes en un propósito, si no te importa de verdad y no te lo crees, no lo conseguirás.
2. Propósitos concretos: en muchas ocasiones somos muy poco concretos con nuestros objetivos y eso es un error. Podemos pensar que una meta puede ser “quiero un cuerpo diez”, vale, perfecto, pero necesitamos concretar ese propósito, definir mejor qué supone ese cuerpo diez, por ejemplo, y desgranarlo en sub-metas que sean asequibles. Si nos marcamos metas difusas o enormes se hace tan inviable alcanzarlas que tiramos la toalla frustrados nada más empezar. Sin embargo, si cogemos nuestro objetivo, lo definimos con palabras concretas, lo dividimos en pequeños objetivos más asequibles y nos marcamos unas fechas plausibles, entonces estaremos mucho más cerca de poder cumplir con ello.
3. Propósitos adaptados al contexto actual: es importante también ser conscientes de la situación que vivimos y adaptar nuestros propósitos a cómo estemos afrontando este momento. Hay personas que sienten la necesidad de aprovechar más tiempo fuera de casa tras el confinamiento, por lo que es importante que esas personas sean conscientes de que pueden añadir actividades fuera de su casa para contribuir a sus propósitos; mientras que, por otro lado, nos encontramos con personas que sienten todo lo contrario, gente que ha aprendido a disfrutar más de actividades en casa y que no necesitan salir tanto como antes a la calle, por lo que éstos tendrán que ser conscientes de que para cumplir con sus objetivos será mejor optar por tareas más caseras.
4. Cómo atajar la culpa: en primer lugar, hay que tener en cuenta que siempre es mejor hablar de responsabilidad que de culpa, es decir, no hay que culpabilizarse, hay que responsabilizarse. Sentir culpa por algo significa estar avergonzado de tu propio comportamiento. Además, si decides colocarte en la culpa estás eligiendo una manera pasiva de actuar, no estás respondiendo a ello ni buscando resolverlo. Para reducir la culpa hay que responsabilizarse de las acciones que te han llevado a sentirla. Por ejemplo, si estás faltando a una promesa de hacer ejercicio y te sientes culpable y quieres reducir esta culpa, las posibles soluciones pueden ser 1) cumplir tu promesa, sencillamente, 2) reconocer tu imposibilidad para cumplirla y aceptarlo, 3) buscar comprometerte con una promesa más alcanzable. En definitiva, responsabilízate, no te culpes, decide y actúa.
5. La gestión de la culpa y su lado positivo: la culpa, como todo sentimiento, tiene su utilidad. En su caso, si conseguimos que no nos bloquee, nos ayudará precisamente a movilizarnos a tomar decisiones y a emprender acciones necesarias para eliminar este incómodo sentimiento, acciones que, además, irán en beneficio de conseguir nuestros nuevos propósitos.
Aida Rubio, coordinadora del equipo de psicólogos de TherapyChat, asegura: “es bueno sentir culpa de vez en cuando por muchos motivos. Si lo aplicamos a la cuestión de los propósitos que nos marcamos es natural sentir ese toma y daca entre éxito-fracaso-culpa. Es evidente que no siempre el éxito viene de una forma sencilla ante lo que nos proponemos y en la mayoría de las ocasiones viene mediado por momentos de fracaso, culpa, vergüenza y/o aprendizaje. Al final para lograr nuestros propósitos no solo es necesario aprender la relación entre una conducta positiva y el premio consecuente, sino también tener clara la relación entre la conducta errada y el castigo que le sigue, y no hay mejor maestro que la experiencia”.
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