Son perfectos para todas las María Antonietas de este siglo que quieren usar zapatos de cordones. Ella los habría usado seguro.
PVPR 125€ en www.unpieenversailles.com y en su tienda Situada en la calle Zurbano 52 de Madrid
Un pie en Versailles es una zapatería del pasado, una máquina del tiempo, una boutique de otra época.
Situada en la calle Zurbano 52 de Madrid, es una zapatería recogida, artesanal, y familiar.
Sus zapatos no se fabrican, se hacen. De uno en uno, delicadamente, a mano, con ternura, con oficio, muchas veces bajo encargo. Y por supuesto se hacen en España.
Por increíble que parezca, en la zapatería huele a cuero, a pegamento, a parquet, a París, a vela, a macarons, a cuento, y huele a caprichos, y a milagro, ¿o no es un milagro poder jugar con colores diferentes y tipos de piel?
Tienen ballenas, sandalias, zapatos de cordones, alpargatas, slippers y versaillinas, a los pies de todas las María Antonietas de este siglo. Es una tienda de las de antes, una tienda difícil de encontrar.
Poner un pie en ella, te traslada a aquella época en la que reinaba el oficio de hacer zapatos. Y al poner el otro, notas de un solo golpe de vista, que los zapatos elegantemente expuestos no se fabrican industrialmente. Es cerrarse la puerta y plantarte en el siglo XVIII, concretamente en uno de los vestidores de palacio. Es mirar bien y preguntarte si las escaleras de la tienda no darán a un atelier, y si dentro de ese atelier no habrá unas manos artesanas cosiendo con mimo unos zapatos para María Antonieta.
Todos sus zapatos están forrados con suavísima piel de cabritilla. No todas las pieles son iguales y la mejor piel tiene que ser siempre la que va en contacto con la piel del pie. Porque el exterior de un zapato es estética, pero su interior es el legado de las caricias de mamá, ¿hay algo más suave que eso?
Detrás de Un pie en Versailles está Concha García, científica y empresaria, feminista y femenina, respetuosa e insolente, cortesana y revolucionaria, pragmática e idealista a la que no le gusta nada que le encasillen.
En diciembre de 2015 después de leer la tesis doctoral hizo un MBA en el IE Business School y tras pasar por un par de pequeñas empresas le ficharon en la delegación de una multinacional biotecnológica.
De pequeña se imaginaba con una bata blanca a lo Marie Curie (de las pocas referencias científicas que tenía) o con un traje chaqueta en un aeropuerto. Y se cumplieron exactamente esas imágenes, así que puede decir que cumplió sus sueños de la niña que fue, pero esa niña no se podía imaginar que eso no era compatible con ser mamá.
Las mujeres nos hemos incorporado al mercado laboral, pero el mercado laboral no nos ha hecho ni caso. En la multinacional en la que trabajó durante quince años el techo no era de cristal sino de hormigón armado. Parece que la falda tubo y los tacones nos dan desventaja cuando caminas al lado de pantalones y zapato plano. Ellos siempre van más rápido. Ahí se convirtió en feminista. El día en que las mamás del cole descubrieron que ella era la madre de su hijo y no la cuidadora, pasó del respeto al sistema establecido a convertirse en insolente.
Nunca le asustaron el trabajo ni las batallas imposibles, pero siempre tuvo miedo a perder la ilusión. Así que decidió ser cabeza de ratón en lugar de cola de león. Crear una marca, empezar en una pequeña tienda como las que veía en sus viajes de trabajo a París, vender un producto con el orgullo de hecho en España como veía en Italia.
El nombre lo vio claro a la primera. Le gustaba el doble significado, por un lado poner Un pie en Versailles puede significar pertenecer al mundo de la corte, con sus fiestas, vestidos, joyas, glamour, tendencias… y la película de Sofía Coppola realmente le había impresionado. No sólo por su maravillosa estética sino también porque se atrevió a insinuar que la falta de comida en París se había debido al derroche de dinero en la guerra y no por los gastos de María Antonieta (ya sabemos que la Historia la escriben los hombres). Y por otra parte, también significa el grito de la marcha de las mujeres del pueblo que reclamaban justicia, igualdad y pan para sus hijos en la Revolución Francesa. Era perfecto.
Su gran contradicción tiene que ver con el futuro. Es consciente de que actualmente hay que usar pieles, las mejores y las más suaves en su caso, para hacer zapatos. Pero también sabe que somos meros invitados en este mundo y al igual que no estropeas la casa de la amiga que te ha invitado a pasar el finde, tampoco puedes usar el planeta como si fueras el único ser humano que va a pasar por aquí. La niña que fue sueña ahora con hacer pieles en el laboratorio para el sector del calzado, pieles que puedan ser funcionales y cuiden los pies como si les echases cremita todos los días.
Parece que debajo de la bata blanca estaba el traje chaqueta. Todo encaja por fin. Las niñas tienen que ir a la ciencia, a la empresa, pero nunca, nunca al salón.













